Un hombre digno en un país mediocre

GABRIEL GARCÍA | El reciente esperpento televisivo con motivo de la profanación de la tumba del General y Jefe de Estado Francisco Franco en el Valle de los Caídos, una felonía miserable patrocinada por el Gobierno de Pedro Sánchez que quién sabe si no se habrá vuelto en su contra de cara a las próximas elecciones generales, ha convertido al prior benedictino Santiago Cantera en un héroe involuntario. Con una Conferencia Episcopal desentendida al completo, como si el cierre al culto de una basílica y la presencia de agentes del orden armados en el interior de un templo no fueran hechos más propios de un país comunista del antiguo Telón de Acero que de la democracia supuestamente ejemplar en que vivimos, ni siquiera nos ha quedado el consuelo de escuchar a los pastores más beligerantes contra la sociedad posmoderna; ellos sabrán por qué han abandonado a un hermano de fe ante las hienas de la corrección política y los medios de manipulación de masas a su servicio, sobre todo cuando cada cierto tiempo participan en las beatificaciones de los numerosos clérigos y laicos asesinados durante el genocidio contra los católicos que llevaron a cabo los partidos y sindicatos que apoyaron al Frente Popular en 1936, incluyendo el Partido Socialista Obrero Español que hoy ostenta el Gobierno de España. Afortunadamente, en España todavía quedan hombres de honor como Santiago Cantera dispuestos a dar la cara en nombre de la Verdad y la Justicia; eso, en un país donde la tergiversación histórica asciende al tiempo que disminuye el nivel cultural, es un motivo de esperanza.

Pedro Sánchez es un oportunista que sigue las consignas marcadas por otros con mucha anterioridad. No sería lo bastante inteligente, ni avispado, como para organizar una profanación tan mediática como parte de una batalla por reescribir la Historia y manipular la conciencia que la actual población española tiene sobre nuestro pasado común; él, como mucho, ve en el traslado de los restos de Franco un cortina de humo que distraiga a la población de otros problemas que sí afectan a su vida diaria y a los que el Gobierno es incapaz de dar solución, como es el caso de los muchos españoles que no pueden afrontar el pago de las facturas de servicios básicos o la tasa estructural de desempleo. Pero quienes así lo promueven tienen muy claro adónde llegar: a la liquidación de España como Estado Nacional y a la conversión de sus gentes en siervos de la nueva divinidad del Libre Mercado de Consumo; y todo aquel que ose oponerse, sea en el ámbito que sea, es un enemigo al que batir sin piedad. Por eso rabian con tanta furia ante la digna oposición del páter Cantera, el mismo que hace una década denunció el entramado criminal de su Sistema en un libro titulado La crisis de Occidente que debería ser de obligada lectura para todos los disidentes al orden político, económico y social del mundo posmoderno. Atención al siguiente párrafo, porque no tiene desperdicio: “se ha achacado a la democracia liberal el provocar una agitación innecesaria de la vida, el politizar la vida social y destruir la verdadera tranquilidad y felicidad de las gentes de un país (…) En correlación con la politización de la vida social de un pueblo por efecto de la democracia liberal, se produce la división de ese pueblo según partidos políticos. En realidad, es una desnaturalización de la sociedad, a la que se roba su composición orgánica natural para erigir en su lugar una estructuración repartida en partidos políticos enfrentados en mayor o menor medida entre sí. Los partidos no representan los cuerpos intermedios ni buscan verdaderamente el bien común de la sociedad, sino que responden a intereses parciales no orgánicos y a la aspiración de un sector más bien pequeño de llegar al poder (…) En gran medida, la democracia liberal funciona como una “partitocracia” como con acierto ha sido calificada. Pero además, cabe definirla como una oligarquía plutocrática, sustentada sobre un consenso mayoritario, que es producto de una manipulación demagógico-propagandística. Es una oligarquía, no una democracia: la oligarquía de quienes viven dedicados a la política, que hacen todo lo posible para eliminar a nuevos grupos que pudieran tratar de hacer su aparición en la escena política y conseguir representación en ella. Es plutocrática, tanto por la relación existente con el capitalismo como forma económica del liberalismo, como por la tendencia de los políticos a vivir únicamente de la política y subir desmesuradamente sus sueldos. Se asienta sobre un consenso mayoritario, que le sirve para otorgarle una supuesta legitimidad o, al menos, una conformidad con la legalidad. Y este consenso mayoritario es producto de una manipulación demagógico-propagandística, porque no hay duda de que, con el fin de llegar al poder, se hacen válidos todos los recursos de captación del favor popular, moviendo el miedo al daño que pueda causar el contrario, utilizando la calumnia y el insulto, haciendo promesas grandilocuentes difíciles de cumplir en la realidad, reduciendo el nivel de exigencia y de compromiso con el bien común y alentando en cambio el egoísmo, etc” .

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A la vista de la España que padecemos hoy, no hay duda que las denuncias que este humilde benedictino realizó sobre el liberalismo y su democracia de partidos no fueron erradas; al contrario, ni siquiera los mismos que han envenenado a la población durante décadas, a base de propaganda sectaria y de enfrentar a familias y vecinos por medio de consignas tuiteras y demagógicas, son capaces de ocultar su preocupación por la situación presente que tanto han contribuido a inflamar hasta hacer insostenible. No obstante, incapaces de otra cosa continúan con su papel de bomberos pirómanos y ahora su próximo objetivo es asaltar las instituciones del Estado el 10 de noviembre. No podemos esperar propuestas sobre cómo crear empleos de calidad para resolver la precariedad existente, reorientar el tejido productivo a un modelo más estable que el turístico, reformar el sistema educativo para que dejemos de ocupar los últimos puestos en los informes internacionales o un ambicioso plan de nacionalizaciones energéticas que nos libere de oligopolios; en cambio, nos hartaremos de escuchar quién es el más gay-friendly (y el más “homófobo”), el más solidario (y el más “xenófobo”) el más honrado en su gestión administrativa (y el más corrupto) y, dado que ahora se ha puesto de moda, el más patriota (algo que algunos también entienden compatible con ser complaciente con los secesionistas). E incluso en el caso de que los dirigentes de los partidos parlamentarios sean conscientes de las necesidades materiales de nuestros compatriotas, buscarán la mejor pose de cara a la galería para mantener su poltrona y no para servir a las personas afectadas por sus decisiones. Y no hablemos ya de cómo afrontarán sus señorías la crisis de civilización que, salvo un milagro, condenará a muerte a las naciones europeas incluyendo a España; esa catástrofe no habrá restos óseos, por muy malditos que los proclamen, que puedan hacerla pasar desapercibida.

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