El Nacionalsindicalismo en 2019

Texto del discurso pronunciado por Norberto Pico el 26/10/2019 en el Ateneo de Madrid con motivo de la celebración del aniversario de la fundación de Falange Española,


Es emocionante estar en el Ateneo, institución muy ligada a la génesis del Nacionalsindicalismo.

Como sabéis, Ramiro Ledesma Ramos frecuentaba las tertulias políticas y filosóficas del Ateneo y, el 2 de abril de 1932, cuando ya estaban en marcha los grupos de La Conquista del Estado, géneJsis de las JONS que en 1934 terminarían fundiéndose con Falange Española, pronunció aquí mismo una conferencia que fue interrumpida por grupos de socialistas.

José Antonio, ateneísta, pasaba largas horas de estudio en la biblioteca del Ateneo. Horas dedicadas a conocer el pensamiento tradicionalista y también a los socialismos. Lecturas que a buen seguro tuvieron una influencia decisiva en la concreción de la ideología nacionalsindicalista.

Una ideología que, camino de los 90 años ya de la fundación de Falange, constituye nuestro mayor patrimonio. Porque hemos ido viendo cómo, aun con el paso de las décadas, lo substancial de las propuestas que nuestros fundadores lanzaron en la década de los 30 del siglo pasado, conserva toda su actualidad, conserva toda su vigencia, conserva toda su frescura.

Si hoy nos pusiéramos unos cuantos a analizar en profundidad el momento político, el momento social, el momento económico, el momento cultural. Si hoy nos pusiéramos unos cuantos a lanzar, desde cero, propuestas con las que afrontar la crisis institucional, la emergencia social, el desmoronamiento de la nación, las crisis económicas, la pérdida de valores… ¿no concluiríamos que todo pasa, ineludiblemente, por restaurar el respeto a la persona, por devolver al hombre la dignidad perdida, por reponer como un valor superior el respeto a uno mismo y el respeto a los demás?

Pues así lo entendieron también nuestros fundadores:

“La construcción de un orden nuevo la tenemos que empezar por el hombre, por el individuo, como occidentales, como españoles y como cristianos; tenemos que empezar por el hombre y pasar por sus unidades orgánicas, y así subiremos del hombre a la familia, y de la familia al Municipio y, por otra parte, al Sindicato, y culminaremos en el Estado, que será la armonía de todo”.

“Respetamos profundamente la dignidad del individuo”, aseguró José Antonio a Miguel de Unamuno. El viejo profesor de Salamanca, que fue Presidente del Ateneo entre 1933 y 1934, cuya biografía manipulada circula ahora mismo por las salas de cine, y que dijo del fundador de Falange que era un “cerebro privilegiado, tal vez el más prometedor de Europa”.

Hoy, en pleno siglo XXI, esa reivindicación de la dignidad humana, desde el mismo instante de la concepción y hasta la muerte natural, pasa por la denuncia del aborto como genocidio moderno. Pasa por la crítica a un modelo de sociedad donde el individuo, desarraigado, sin identidad, sin ningún vínculo comunitario, cada vez más, muere en la más absoluta de las soledades porque se le ha hecho creer que la familia es un estorbo, que los hijos son una carga. Y a esos ancianos que van a morir en soledad lo único que se les ofrece como vía de escape es adelantar su final legalizando la eutanasia. Una legalización que no es necesaria para los 10 españoles que, de media, se suicidan en España porque, aun teniendo sus necesidades básicas resueltas, se las ha hecho creer que su vida no tiene sentido porque no hay vida después de la muerte.

Pero, viendo este desquiciamiento, ¿alguno de vosotros pone en duda la vigencia de la idea de que toda reconstrucción nacional, de que toda reconstrucción política pasa, ineludiblemente, por restaurar en la sociedad la dignidad de la persona, por la defensa firme de la familia como célula básica de la convivencia, por contraponer al nihilismo dominante las verdades entrañables de la fe católica y los valores que configuraron la cristiandad europea? ¿Alguno de vosotros piensa que eso es antiguo o trasnochado? Seguro que ninguno.

Hay una crítica bastante cínica que las izquierdas hacen a los que nos oponemos al aborto y a la eutanasia. Nos dicen que estamos muy preocupados por la vida antes del nacimiento y en el momento de la muerte, pero que nos desentendemos de lo que sucede entre medias. No es nuestro caso, desde luego.

Porque los que defendemos la dignidad humana, como nosotros lo hacemos, con radicalidad, con absoluta sinceridad, lo hacemos con todas las consecuencias. Y cuando es una injusta organización económica la que produce quebrantos en la dignidad de las personas no dudamos -como no dudaron nuestros fundadores-, no ya en tratar de paliar algunas de las consecuencias de esa organización deficiente de la economía, sino en plantear, directamente, el desmontaje de dicho modelo económico. Y eso aunque nos llamen izquierdosos, aunque nos tilden de intervencionistas o aunque traten de ridiculizarnos con alguno de esos insultos estúpidos de la jerga derechosa y liberal.

El capitalismo del Siglo XXI no sólo genera pobrezas materiales, más acusadas ciertamente en los países del Tercer Mundo, aunque no desdeñables en el llamado Primer Mundo. Genera también pobrezas en el espíritu. Ahí está todo ese derrumbe moral que acabamos de describir. Pues de ese derrumbe, de ese desquiciamiento, no sólo no son ajenos, sino que son inductores los intereses económicos de las élites.

Porque aquellos cuyo único objetivo es obtener ingentes beneficios económicos a costa de lo que sea, sin importarles si es preciso poner en riesgo la vida de multitud de personas, a estos modernos tratantes de esclavos les interesan individuos aislados, sin raíces y sin identidad. Consumidores obedientes, mentalidades débiles dispuestas a hipotecarse por la última novedad tecnológica. Así, acuciados por necesidades reales o ficticias, sin familia que haga de colchón ante las crisis, estarán los individuos obligados a aceptar las condiciones de trabajo que interesan a esas élites económicas sin escrúpulos.

Son esas élites económicas las que, por ejemplo, alientan y organizan el traslado masivo de trabajadores inmigrantes desde África y Asia a Europa con el cínico argumento de la solidaridad, cuando lo único que buscan es incorporar mano de obra barata a sus cadenas de producción y, de paso, terminar de desdibujar la identidad de Europa y sustituirla por un magma multicultural que haga irreconocible nuestras sociedades y cree esos individuos aislados, sin raíces y sin identidad que tan útiles son para sus intereses.

Y esas masas de inmigrantes mueren en buena medida de camino a Europa sin que esas élites económicas que les empujaron tuerzan el gesto salvo para reprocharnos cínicamente nuestra insolidaridad a quienes denunciamos sus planes macabros.

Y en esto, las élites económicas y la izquierda van de la mano, toda vez que la izquierda ha perdido su capacidad crítica y todo afán de reforma social. Porque si así fuese, si de verdad le importasen las masas de personas que malviven en África, Asia o América, se centrarían en tratar de conseguir que se les ayudase en sus países de origen. Se concentrarían en tratar de que los gobiernos europeos dejasen de fomentar guerras y conflictos en esos países y de que las multinacionales sigan esquilmando a esas poblaciones. Eso harían y no animarlos a jugársela camino de Europa.

Pero, no porque sea más acuciante y severa la pobreza del Tercer Mundo deja de haber, aquí mismo, entre nosotros, compatriotas nuestros que sufren las desigualdades y la pobreza. Mientras una élite económica y política vive a cuerpo de rey, disfrutando de todos los lujos, de todas las ventajas, son miles las familias españolas que a duras penas llegan a fin de mes. Esta semana mismo se conocían nuevos datos sobre la incesante pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores españoles desde 2008. Y la predicción no es nada halagüeña, todo parece que va a seguir yendo a peor.

Familias que este invierno, de nuevo, no encenderán la calefacción porque no tienen para pagarla.

Madres que no llevan a sus hijos al dentista o a la óptica porque no pueden pagarlo, mientras ven cómo les machacan a impuestos y ese esfuerzo va para pagar el despilfarro de los partidos políticos, de los sindicatos, de las patronales, de los asesores, de los observatorios, de la infinidad de chiringuitos creados única y exclusivamente para el mangoneo de vividores sin escrúpulos.

Padres que salen de madrugada al trabajo y que regresan de noche, cuando ya sus hijos están dormidos, para llevar a casa jornales miserables. Trabajadores que no han parado de ver disminuidos sus derechos y su seguridad en el trabajo.

Jóvenes que dejaron sus pueblos porque allí no podían ganarse la vida y que ahora recorren las calles de las ciudades cargados con enormes mochilas de colores, jugándose el tipo por 4 € la entrega, que no pueden ponerle rostro a su empleador porque no es más que una aplicación en el teléfono que, en caso de que les atropelle un autobús cuando servían una hamburguesa a domicilio, niegan cualquier relación laboral.

¿Está obsoleta la crítica de nuestros fundadores al capitalismo? No lo creemos. No lo parece, desde luego, con una realidad como la que describimos. Cierto es que ahora estamos, materialmente, mejor que en la España de los años 30 del Siglo pasado. Pero ¿a costa de qué? A costa de la incorporación forzosa de la mujer al mercado laboral. No como liberación, como se vendió, no por voluntad propia, sino forzadas porque no hay casa que pueda sostenerse con un solo salario. Y esto tiene, claro que la tiene, relación con la desestructuración de muchas familias. Con la dificultad en la transmisión de valores a los hijos. Con la misma transmisión de la vida porque, si bien es cierto que detrás del invierno demográfico hay toda una propuesta ideológica antinatalista, no es menos cierto que las dificultades económicas y la falta de ayudas también influyen decisivamente.

Si nuestra defensa de la dignidad de las personas, nuestra crítica al modelo económico vigente y nuestra defensa vehemente de la justicia social no han pasado de moda, no sólo no han quedado obsoletas, sino que tienen ahora más sentido que nunca, qué decir de ese patriotismo crítico que nos legaron nuestros fundadores.

¿Quién de vosotros no ha recibido en estas semanas un mensaje en el teléfono con una reproducción de un texto de José Antonio que se ajusta a la perfección a los acontecimientos de nuestros días en Cataluña?

Con ser unos visionarios, no podemos sino lamentar la vigencia del discurso de nuestros fundadores al respecto del separatismo.

Pero es que nosotros, que no tenemos sus capacidades adivinatorias, que somos mucho más torpes, ya lo anticipamos hace 40 años. Es que era muy evidente. Es que era muy fácil de ver que el modelo autonómico, además de ser ruinoso económicamente, fomentaría las disgregaciones al poner en manos de los separatistas todos los medios necesarios para avanzar en sus planes secesionistas. Es que no es verdad que el nacionalismo, antes supuestamente moderado, se haya radicalizado en los últimos años. Es que tenía un plan perfectamente diseñado. Un plan que pasaba por controlar los resortes del poder, controlar los presupuestos, la educación, las televisiones y a las fuerzas de orden público para, desde el poder, construyendo un régimen que otorgaba todos los privilegios a las castas separatistas y oprimiendo en esas regiones a todos los que no se postrasen ante el separatismo, avanzar hasta el momento en el que consiguiesen la secesión.

Y el separatismo catalán se ha equivocado en el cálculo, porque pensaban que todo estaba ya listo en 2017 para la secesión. No contaban con la reacción del pueblo español, sobre todo con los españoles de Cataluña, que no se resignaron a dejarse arrebatar su nación y exigieron al cobarde Gobierno de Rajoy que les defendiese y defendiese a la Nación. Y a éste no le quedó más remedio que hacerlo, aunque tímidamente, ineficazmente.

Pero los separatistas se equivocaron en los plazos, no en la estrategia. Estrategia que los llevará al triunfo de sus macabros propósitos en 10, en 15 o en 25 años si siguen controlando todo el poder en Cataluña. Y después de Cataluña vendrá el País Vasco. Y Galicia. Y luego Cataluña incorporará a su proyecto a Baleares y a Valencia. Y España no sobrevivirá, aunque más pequeñita, sino que desaparecerá. Porque cuando a uno le extirpan el alma no disminuye, sino que muere. Y Cataluña, como el País Vasco, como cada una de las regiones españolas no “pertenecen” a España, como erróneamente se dice a veces incluso por patriotas. No pertenecen a España. Son España.

A estas alturas no queremos que se nos reconozca el triste mérito de haber acertado con nuestras predicciones de hace 40 años. No queremos ningún reconocimiento para nosotros. Queremos que se rectifique, cuanto antes, para que España tenga una oportunidad de sobrevivir.

Y ese es el verdadero problema. Que no sólo no están dispuestos a rectificar los socialistas que, por el momento, ostentan el Gobierno. Es que el Partido Popular no sólo se mantiene en su defensa del modelo autonómico, es que esta misma semana, después de lo que ha llovido, han vuelto a hacer una oferta de mayor autogobierno a los separatistas catalanes si no son “desleales”. Pero ¿es que no se enteran o es que añoran los tiempos en los que su gran referente José María Aznar entregaba todas las competencias que el corrupto Pujol le exigía a cambio de sostenerle en el Gobierno?

El PP ha perdido prácticamente toda su representación en Cataluña porque sus votantes vieron que titubeaban en la defensa de la españolidad de Cataluña. Bueno sería que perdiese su representación también en el resto de España.

Hay que acabar con el modelo autonómico o el modelo autonómico terminará por destruir España. Si queremos que España sobreviva, hay que liquidar el estado de las autonomías. De forma urgente. Cuanto antes. Ya mismo.

En España llevamos décadas sin lo que tradicionalmente se había conocido por derechas. Seguramente tampoco hayamos tenido, ni tengamos izquierdas. Al menos en el sentido en el que, en el discurso de La Comedia, se refirió a ella José Antonio, aquella que buscaba subvertir el orden económico. La izquierda ya no busca subvertir un modelo económico con el que se siente perfectamente a gusto. Esta izquierda posmoderna no tiene ya interés por los trabajadores, por sus derechos ni por su bienestar. Ha sustituido la lucha por los trabajadores por la lucha por el feminismo, la homosexualidad y el animalismo. Por eso los trabajadores le dan la espalda a la izquierda.

Pero tampoco hemos tenido derecha. No había restos de fibra patriótica en el PP, ni valores morales, ni defensa de las tradiciones. Al menos no cuando gobernaba. En la oposición, algo más. Se apuntaban a las manifestaciones por la unidad de España, a las concentraciones en defensa de la familia, protestaban por la reforma de la Ley del aborto… Pero es en la oposición. Cuando llegaban al gobierno pactaban con los separatistas, legislaban en contra de la familia, mantenían las leyes abortistas del PSOE, el matrimonio homosexual y la Ley de Memoria Histórica.

Ahora parece que la derecha ya tiene quien la represente. Digo que parece, porque aún no ha pasado la prueba del algodón del Gobierno para saber si mantendrá entonces lo que dice ahora desde fuera y los precedentes no son buenos. Primero porque en su mayoría eran líderes del PP que sólo lo abandonaron cuando les apartaron de los primeros puestos en las listas electorales. Y segundo porque, allí donde han posibilitado con su voto un gobierno, no parece tampoco que hayan impuesto ninguno de los criterios que dicen defender. Pero seamos justos, démosles tiempo para saber si son lo mismo que fueron cuando estaban en el PP o han cambiado.

Bien, pues ahora que parece que hay derecha, algunos, ante la ausencia de referentes parlamentarios que agiten enérgicamente la bandera nacional, que les digan las cosas claras a los separatistas, que defiendan -más o menos- la vida, la familia y las tradiciones, parece que se han dejado impresionar por el nuevo mal menor. Sobre todo, cuando, desde las nuevas filas de la derecha, se invocan referentes históricos y valores entrañables para nosotros con un éxito notablemente superior al nuestro. Enhorabuena por ello.

Tanto más se han dejado impresionar cuando algunos de sus líderes han reproducido algunas de nuestras consignas de siempre. Sólo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener patria, les hemos llegado a oír decir.

Incluso se han entregado con pasión, con la pasión del converso o el de la rentabilidad electoral, debe de ser, a defender a el Valle de los Caídos y al mismísimo Franco.

Esos mismos, la derecha mediática y política que hasta hace muy poquito utilizaba el calificativo falangista con el supuesto ánimo de injuriar al rival, la que decía que los convenios colectivos eran una herencia de lo peor del franquismo, la Falange; la que comparaba a los etarras con los falangistas, esa derecha ahora parece más franquista que Franco.

El problema es que invocan a Franco y lían a los franquistas mientras llevan en su programa electoral todo un programa para terminar de deshacer la parte que nosotros sí podemos reivindicar del franquismo porque fue inspirada y ejecutada por falangistas: la legislación social y laboral. Que no era la revolución nacionalsindicalista, pero que, comparado con la actual, era infinitamente más justa.

Ese es el problema de la derecha. De la nueva, de la vieja y de la de siempre. Que te engatusa con la bandera, con los referentes patrios y con valores tradicionales para colarte de rondón la liquidación de la negociación colectiva, la eliminación de toda protección social, la educación y la sanidad pública, el sistema público de pensiones y la Seguridad Social. El problema es que manejan argumentaciones como que, si algún trabajador está dispuesto a aceptar -libremente, dicen con sarcasmo- unas condiciones peores, quién es el Estado para decirle que no las acepte. Y en eso, esta nueva derecha, hemos de reconocerlo, sí que han sido valientes. Porque un programa así no se habría atrevido a proponerlo ni la más radical de las patronales. Ni el más utópico de los anarco liberales.

Así que es el momento del rearme ideológico. Es el momento de repetir a todos los que nos quieran oír, y repetirnos a nosotros mismos que no somos de izquierdas, ni de derechas. Que la izquierda y la derecha son formas de hemiplejia moral. Que mirar a la patria sólo con el ojo derecho o sólo con el ojo izquierdo, es mirarla de reojo. Que no se puede defender a la patria y desentenderse de los españoles. Qu la Patria es una hermandad, y que por eso los patriotas, los verdaderos patriotas, no dejan a nadie en la estacada. Que sin patria no hay justicia, pero que sin justicia no hay patria.

Angustiados por la devastación que nos rodea, dolidos por el escarnio permanente de lo que defendemos, asqueados por la burla permanente de nuestros valores, podemos tener la tentación de darnos por vencidos, de pensar que lo nuestro es imposible y que la lucha no merece la pena.

Es lógico. Sobre todo, cuando se tienen los referentes históricos que, como españoles y como falangistas, tenemos.

Pensemos en Don Pelayo. Recluido en las montañas asturianas, con toda la península invadida por los sarracenos. Es lógico que pensase “es imposible, no tenemos nada que hacer, no merece la pena luchar”. ¿Es eso lo que hizo?

¿Y Francisco Pizarro? Más de dos años de expedición, se empeña en conquistar el Perú, traza una línea en el suelo y pide voluntarios. Sólo 13 le siguen. ¿Cómo vamos a conquistar el Perú, si somos tan pocos? No merece la pena luchar.

Y José García Vara, al que hoy hemos homenajeado. ¿Qué pensó cuando supo que le seguían para matarlo? ¿No pensaría que no merece la pena arriesgarse, que lo importante es centrarse cada uno en su trabajo y que bastante tenemos con sacar adelante a la familia?

O Rafael García Serrano, que había visto a algunos líderes de Falange salir abruptamente de la organización, ¿no pensó que para que ir al combate si la Revolución Nacional es imposible, que estamos divididos?

No, ellos no dudaron. Ellos desoyeron las voces de los prudentes, de los adultos, de los que sólo dan consejos.

Pues si queremos hacernos valer como compatriotas de Pelayo y de Pizarro. Si queremos llamarnos camaradas de José García Vara y de Rafael García Serrano, ¡basta ya de lamentos! ¡Basta ya de retorcerse en el desánimo! La empresa es difícil, difícil hasta el milagro, pero seguimos creyendo en el milagro.

¡Adelante los inasequibles al desaliento! ¡Arriba el ánimo! ¡En alto las banderas! Por la Patria, el Pan y la Justicia. Por España una e indivisible. No parar hasta conquistar. ¡Arriba España! ¡Arriba siempre España!

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