Reconstrucción tras la peste roja

JOSÉ MARÍA REGUERA

“¡Cuánta falta os hace una guerra!” Eran palabras de mi señor padre, nacido en 1936, para contestar a nuestras quejas por no gustarnos la comida. Esta frase, en España, la habremos escuchado más de una vez los nacidos entre 1950 y 1980, de padres que o bien fueron niños durante el conflicto civil o bien fueron combatientes o bien fueron espectadores por estar fuera de la edad militar.

Pues bien, esta es nuestra guerra: La Peste Roja que nos asola dejará infinidad de víctimas. No sólo los fallecidos o contagiados, sino los que sufriremos las consecuencias de la paralización de la economía a nivel mundial: Desempleo, migraciones forzadas, desarraigo, empobrecimiento… Pero tranquilos, que para eso está el Estado, para salvarnos, ¿o no?

Pues no. Los Estados, en la actualidad, son un instrumento al servicio de unas élites económicas que ostentan el poder, cuyos gobiernos son meros gestores de las directrices que estos les den.

En la actualidad, en España (y me consta que también se está discutiendo en otras partes de la Hispanosfera, como Colombia) una parte de su gobierno, la troskista, está planteando implantar una paga universal que se daría a un número no desdeñable de personas, con un “mínimo vital” a repartir. Y miren, no voy a dudar de que, de manera temporal, sea necesaria una medida así, para dar apoyo a todos los que se hayan visto arruinados o con la economía quebrada al suspenderse o suprimirse su modo de vida debido a la Peste Roja, pero ¿indefinidamente?
No nos engañemos, en España la deuda sube cada día, y ya alcanza casi el 100% del PIB y algunos aseguran que llegará hasta el 114%. Lo que se avecina no son prestaciones estatales para el que las necesite. Esa entelequia es tan impagable como la propia deuda, lo que se avecinan son visitas de señores de traje (terno), preferiblemente de color negro, encargados por la UE, el FMI o el BM, pidiendo recortes drásticos.
Ya nos podemos olvidar de inversiones o gasto social. Se acercan años de disminución de pensiones de jubilación, de bajada de salarios a los funcionarios, de subidas de impuestos y retenciones a las personas más humildes, de huida de empresas a paraísos fiscales, de cierre de PYMES…

Los Estados han quebrado y la puntilla está siendo esta Peste Roja.

No es momento de esperar nada del Estado. Antes al contrario, es momento de reactivar todas aquellas instituciones humanas que cosen el tejido social y de crear otras nuevas. Asociaciones de vecinos, culturales, deportivas, cofradías, gremios, cooperativas y, sobre todo, el fortalecimiento de la célula básica de la sociedad: La familia.
Necesitamos, porque es imperioso, empezar a acostumbrarnos a vivir con menos y a empezar a ayudarnos unos a otros como sociedad que somos.
Sería un gran error caer en la tentación libertaria individualista de pensar que nosotros solos podemos salir adelante sin ayuda alguna, de la misma manera que es un error caer en la tentación marxista del “Estado Protector”, porque ambas ideas tienen como base errores de partida. La primera, que los individuos somos completamente autónomos y que no necesitamos de nadie. La segunda, que los Estados sustituyen a aquello que las personas debemos hacer por nosotros mismos.

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