Dejad salir a los niños a la calle

GABRIEL GARCÍA

Desde el principio del estado de alarma fue una constante la reivindicación de que dejen salir a los niños a la calle. No hemos tenido más remedio que confinarnos en nuestros hogares, con el correspondiente perjuicio económico y sin saber qué nos deparará el mañana, a causa de una amenaza vírica que (oficialmente) alcanza los 20.000 muertos en España en el momento de redactar estas líneas. Salvo los acólitos más sectarios del socialpodemismo, pocos cuestionan que la gestión del Gobierno de Pedro Sánchez ha sido nefasta y llena de improvisaciones que, sin duda, han contribuido a agravar el problema. Lo que no puede discutirse es que, encontrándonos ante una pandemia sin perspectivas cercanas de resolverse, sería una irresponsabilidad dejar que los menores salgan a la calle cuando lo recomendable es pisarla lo menos posible y para lo estrictamente necesario.

 

Como con muchas otras cuestiones, esa multitud anónima llamada ciudadanía se niega a ver la realidad. Del mismo modo que se ocultan las cifras de muertos con buenrollistas llamadas a aplaudir en los balcones y a poner los altavoces a todo volumen, se pretende limar las asperezas del confinamiento forzoso proponiendo ratos de asueto para los niños. Este comportamiento sigue la estela irresponsable de quienes pretendían mudarse temporalmente a su segunda residencia, en el pueblo o en la playa, como si la cuarentena consistiera en unas vacaciones atípicas en lugar del confinamiento necesario para afrontar una pandemia. España, como el resto de los países occidentales, lleva tanto tiempo disfrutando de unas garantías materiales nunca disfrutadas en la Historia que ha olvidado lo que son el sufrimiento, la enfermedad y la incertidumbre.

 

A menudo se alude a que los perros disfrutan de más derechos que los niños durante este periodo de confinamiento. No puedo compartir esa valoración. Al perro hay que sacarle a la calle para que haga sus necesidades fisiológicas y eso era así antes de que irrumpiera el coronavirus en nuestras vidas; ahora, de pronto, parece que los propietarios de canes gozan de un salvoconducto para salir a la calle cuando se les antoje y no es así, ya que un paseo demasiado largo podría conllevar una sanción si el cuerpo policial de turno lo cree conveniente. En cambio, con los niños ya llevaba tiempo apreciándose una tendencia de permanecer más tiempo encerrados en casa frente al televisor, jugando con las videoconsolas o empleando las nuevas aplicaciones de la telefonía móvil, por lo que la situación presente tampoco debería suponer un excesivo trauma para ellos. Seamos realistas: tal vez vivimos en una sociedad tan individualista y donde las familias se ven tan poco que ahora, confinados en los mismos metros cuadrados, la perpetua compañía de los más cercanos es algo a lo que muchos no están acostumbrados y, tirando de tópicos, necesitan darse un tiempo; es decir, y por muy cruel que suene, habrá progenitores tan hastiados de su prole por la falta de costumbre de compartir tiempo con ellos que, con mayor o menor justificación, quieren perderles de vista aunque sólo sea un rato.

 

No es que quienes cuestionamos el buenismo del “Dejad salir a los niños a la calle” seamos simplemente unos amargados sin hijos, es que somos conscientes de la amenaza ante la que nos encontramos. De haber sido el coronavirus algo similar al ébola, de haber visto en la televisión a moribundos tosiendo sangre, ¿cuántos de los padres ejemplares que piden flexibilizar el confinamiento con los niños querrían que sus hijos pudieran salir media hora diaria a la calle? Está claro que ninguno y con razón. Pues bien, apliquemos lo mismo con el coronavirus. Una pandemia tan peligrosa para los españoles como el Gobierno de Pedro Sánchez no debería tomarse tan a la ligera. Ojalá llegue pronto el día en que podamos retornar a nuestras rutinas, pero hasta entonces no quedará más remedio que hacer todo lo posible por evitar el riesgo del contagio. Lo importante es que, una vez regresemos a la normalidad, los españoles no olvidemos a quién debemos exigir responsabilidades por lo ocurrido; y no sólo a los integrantes de un Gobierno en cuya Nación no creen, sino también a los caciques autonómicos que han aprovechado esta tesitura para exhibir su obsesión por ser amos y señores.

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