Premios Goya, pin parental y batalla por la cultura

GABRIEL GARCÍA

Líbreme Dios de perder siquiera un segundo de mi tiempo visionando la gala de los premios Goya o cualquier aquelarre progre. De lo que no me libro, como condena por intentar ser libre en la cárcel dorada en que están convirtiendo a Occidente, es de estar informado de lo que sucede y, por ello, acabo leyendo titulares sobre las declaraciones a la prensa realizadas por actores mediocres con aires de super estrellas. Advertencias sobre el eterno retorno del fascismo, llamadas a la convivencia y a la tolerancia siempre y cuando se acate lo que sale de sus deseos… Y no podía faltar, ahora que tenemos al frente del Gobierno a un presidente descaradamente entusiasta de su gremio, la petición de aflojar la billetera del dinero público. Desconozco cómo se encuentra la cuenta corriente de los asistentes a la gala de los Goya (y como servidor, el resto de los españoles y, en ocasiones, también la Agencia Tributaria); de lo que no hay duda es que algo tiene la cita anual del cine, sobre todo en los años recientes, que incluso Pablo Iglesias deja en el armario la ropa de ¿Alcampo? para lucir esmoquin.

Ante semejante contubernio, no he podido dejar de recuperar unos párrafos del documento Pedimos y queremos. Materiales para la reconstrucción nacional enfocados precisamente a la cuestión del cine, la televisión y lo que debería ser el mundo de la cultura, rebajado en la actualidad a la condición de mero espectáculo:
Se ha inculcado el materialismo de base marxista, pero también de base liberal y consumista, así como la ausencia total de España como Nación. La tenaza que el liberalismo inicia en la escuela, se cierra en los espectáculos, el ocio y la cultura, donde prima el gusto dudoso, el bajo coste y el todo vale, subvencionado con los impuestos de todos los españoles (…)
La cultura ha venido impuesta desde la administración del Estado en sus diferentes aspectos. Los teatros y otras salas de difusión cultural han quedado en manos públicas, las subvenciones buscan dirigir la producción cultural hacia una serie de eslóganes políticos y se ha creado toda una camarilla de paniaguados que glosan las excelencias del sistema, legitimando el propio régimen y difundiendo los antivalores materialistas en que éste se fundamenta. Mientras tanto, en la época donde más se ha invertido en cultura, las cifras de alfabetización y comprensión lectora o cálculo caen por los suelos. Por ello debe regularse la política de subvenciones culturales: fomentaremos una racional política crediticia en detrimento de la sangría de subvenciones públicas que se vienen concediendo.
Por ello es necesario un plan nacional para el fomento de la cultura y las artes, que dejando la vía libre a la iniciativa privada, permita una dignificación de los profesionales de la cultura, así como un fomento del “uso de la cultura” en forma de exenciones en el pago de entradas en museos nacionales y fomento de la lectura entre otras medidas marco.
(…)
Se hace necesario el desarrollo de una televisión educativa y de calidad, tanto pública como privada, que sea una oportunidad de ofrecer cultura en los hogares. Por ello se regulará el contenido de ciertos programas televisivos que fomentan la llamada “telebasura”. Entendemos que el periodismo es una gran tarea que necesita ser recuperada del control que sobre ella ejerce ahora el poder político y financiero.
Finalmente, se hace necesaria una dignificación laboral de los profesionales de la cultura, mediante una regulación laboral para aquellos profesionales que actualmente no encuentran un marco protector de referencia”.
Obviamente, estas propuestas jamás serán discutidas en un parlamento español, sea del nivel que sea. Los representantes políticos del Régimen de 1978 y su nueva reconfiguración no miran más allá de la presente legislatura; pero es que, además, jamás osarían a retirar la alfalfa ideológica que para sus votantes representa Operación Triunfo, Sálvame, Gran Hermano o La isla de las tentaciones.

El debate sobre el hoy famoso pin parental se ha presentado como una batalla cultural entre el Gobierno de coalición progre y la oposición parlamentaria, especialmente por parte de Vox, pero como mucho es una escaramuza. La guerra por el control de la cultura se libra entre los grandes medios de masas públicos y privados, especialmente los canales televisivos y las plataformas de internet, y quienes resisten esa brutal acometida con más medios que su inquietud constante por aprender y la inquebrantable convicción de no ceder a la propaganda de lo políticamente correcto; y los primeros, quienes tienen el poder y el dinero, van ganando y tienen asegurado el triunfo por mucho tiempo. Suena mal decirlo, pero es la realidad: un libro o una película que representen lo bueno, bello y verdadero lleva las de perder frente a un producto de masas respaldado por millones de dólares o euros. De ahí lo absurda que resulta la polémica del pin parental: al Gobierno no le preocupa que los adolescentes sean instruidos por sus padres en valores antagónicos a lo políticamente correcto, sobre todo porque esos mismos adolescentes serán consumidores de productos televisivos y cinematográficos que ya se han ocupado de formarles en lo que el pensamiento único progre desea, sino que todavía queden personas que resistan en público a la brutal campaña de propaganda ideológica desatada desde los grandes medios durante el último lustro.

¿Qué hacemos, pues? ¿Rendirnos? Aunque sólo sea por orgullo propio, es evidente que no. Basta ver el rostro propio de un severo estreñimiento de la Ministra de Igualdad, lanzando acusaciones de “homofobia” a quienes no pasan por su aro, para saber que algo de daño les estaremos causando permaneciendo fieles a nuestros principios y no entregándonos a su falsa tolerancia. Lo señaló Juan Manuel de Prada hace una década, más o menos, mientras España padecía la ingeniería social del zapaterismo: “La izquierda ha conseguido imponer unos clichés ideológicos que actúan como una suerte de napalm arrasador sobre la inteligencia; y, sobre todo, ha conseguido que tales clichés se eleven a la categoría de verdades inatacables, incluso entre la propia derecha, que se ha resignado a jugar una partida en la que el adversario elige campo y determina las reglas de juego. Quienes se atreven a refutar, o siquiera a cuestionar, tales clichés son de inmediato demonizados, expulsados a las tinieblas exteriores, condenados a la soledad del apestado o del friki”. Porque la España de 2020, sometida a las élites mercantiles y bajo los designios del mundialismo, no retrocederá a 1936 sino al 2004; vayámonos preparando para lo que esté por venir, sin duda, ya que los mamporreros progres del Sistema siguen empeñados en que a España no la reconozca ni la madre que la parió.

Pedimos y queremos. Materiales para la reconstrucción nacional; coord. Pico; N. Ediciones Barbarroja, 2014, Madrid; págs. 52-54.
La nueva tiranía. El sentido común frente al Matrix progre; De Prada, J. M.; Libros Libres, 2009, Madrid, 5ª ed.; pág. 106.

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