Vaselina para Pablo Iglesias

GABRIEL GARCÍA

Terminamos el pasado 2019 sin Gobierno y con un premonitorio aviso de Emiliano García-Page sobre la vaselina que necesitarían los socialistas para complacer a Esquerra Republicana. Recién estrenado el 2020, Pedro Sánchez no parece haberla necesitado mucho y eso que, además de a los herederos del criminal Lluys Companys, también ha tenido que poner de su parte, ya fuera para recabar su apoyo o simplemente para que no pusieran trabas, a los descendientes del racista Sabino Arana y al brazo político de ETA, esa organización terrorista que para muchos españoles ya es cosa del pasado a pesar de no haber transcurrido más de una década desde su último atentado. Pero al final resultará que el libro del Doctor Psicópata era más un aviso para lo que nos espera a los españoles bajo su Presidencia que una declaración de intenciones de sus tragaderas. De momento, es uno de los cuatro vicepresidentes quien parece estar asumiendo más sacrificios personales a costa de formar parte del Gobierno; sin duda, se habrá acostumbrado tan bien a su casoplón de Galapagar que regresar a un barrio obrero de los que se sentía tan orgulloso no lo contempla.

Parecía que Pablo Iglesias no podía caer más bajo que cuando pasó de exigir un Gobierno con su presencia como ministro a aceptar que les dejaran entrar con él fuera del Ejecutivo. Unas elecciones generales más tarde y muchos menos votos respaldándole, acordaba en un tiempo récord un acuerdo con el mismo individuo que había afirmado no dormir tranquilo si compartía Gobierno con Podemos. Cabalgar contradicciones, lo llamaban antaño. Y ahora las contradicciones son actuar como si el vergonzoso saqueo de las arcas públicas de Andalucía, para ser más exactos del dinero de los parados de los que tanto dicen preocuparse, fuese algo del pasado que no volverá a repetirse gracias a su providencial presencia en el Gobierno; colocar a su pareja al frente de un ministerio, marcando distancias con los enchufismos de la casta pepera, si bien hay que reconocer que un organismo tan adoctrinador y despilfarrador del dinero público como el Ministerio de Igualdad le queda como un guante a Irene Montero; o aprobar una nueva intromisión de la casta socialista en la separación de poderes tras la reconversión de Dolores Delgado de Ministra de Justicia a Fiscal General del Estado, tras haber exigido que dimitiera en su momento tras conocerse sus vínculos con el oscuro comisario Villarejo, simplemente por las disculpas que ésta pidió tras una filtración donde se la veía muy cómoda a la vez que desvelando chanchullos del gremio judicial.

No sabemos si habrá vaselina suficiente para que Pablo Iglesias siga cabalgando las contradicciones de la política tan bien como hasta ahora. Hay que reconocerle, eso sí, el mérito de que tanto él como su pareja hayan prosperado como nadie durante el último lustro. La gente honrada y trabajadora a la que aseguran representar jamás podrá sacar a sus niños y a sus perros de Vallecas rumbo a la sierra de Madrid, ni siquiera a la utopía progre de Malasaña; al contrario, tendrán que permanecer en sus barrios disfrutando de la multiculturalidad a la que tanto apelan en el discurso de Podemos y de los problemas de convivencia (porque un progre, jamás de los jamases, hablará de problemas de seguridad) vinculados con las drogas. Si no fuera por estar en juego la existencia de España como nación histórica, el culebrón de los marqueses de Galapagar y su resiliencia a los avatares de la vida al menos daría para sentarse frente al televisor y echar la tarde con unas carcajadas. Aunque a veces uno ya no sabe si está viendo Netflix o el telediario; vivimos tiempos confusos, tan confusos que cuesta distinguir la realidad de la ficción.

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