Podemos ya no es lo que fue

Autor: Gabriel García

En estos días donde prima el reparto de las poltronas por encima del futuro del país no viene mal realizar una comparación entre el Pablo Iglesias que fue y el que es ahora. Desde luego, el secretario general de Podemos que plantea una consulta a sus bases sobre si prefieren un gobierno de coalición o un gobierno socialista en solitario no recuerda precisamente al líder emergente que citaba los trapos sucios del felipismo con los GAL y la cal viva, al que despotricaba contra la casta política y empresarial del Régimen de 1978, y al que llamaba a sus acólitos al asalto de los cielos. Muchas cosas han pasado mientras tanto, como reconoce el propio protagonista, como cuando afirma que ser padre le ha cambiado la forma de ver las cosas; o lo que no reconoce sobre que su nuevo status dentro de las clases sociales pudientes del Sistema no le expone como antaño con tanta crudeza e indignación a las injusticias sociales.

 

Como se denunció hace un lustro en los medios falangistas, Pablo Iglesias y Podemos no han pasado de ser unos imitadores de Felipe González y el Partido Socialista de los años ochenta; y prueba de ello es que, como buenos discípulos, han sido capaces de imitarlos sin necesidad de tener un poder absoluto en las instituciones por donde han pisado. Más allá de los postureos con motivo del Orgullo Gay, la acogida de refugiados o el Día de la Mujer, el entorno de Podemos ha sido incapaz de ofrecer una alternativa real a los españoles tanto en los ayuntamientos como en las autonomías donde asumieron responsabilidades; y siempre, no lo olvidemos, bajo la tutela del Partido Socialista al que nunca terminaron de dar el sorpasso. Al final, incluso pasaron de amenazar con fagocitar a Izquierda Unida y terminaron coaligándose en lo que bien podría considerarse una refundación de la propia Izquierda Unida bajo la denominación de Unidas Podemos, la nueva marca institucional de la izquierda progre.

 

La mejor prueba para comprobar que Pablo Iglesias y Podemos ya no asustan es que algunos de sus más furibundos detractores ahora no les dedican titulares sensacionalistas, ni difunden noticias falsas sobre sus programas o declaraciones. En su lugar, el nuevo papel de progre impresentable por excelencia lo ha asumido un Pedro Sánchez con mayores medios económicos e institucionales a su disposición. Y con los votos de la izquierda retornando al Partido Socialista y la escisión promovida por su antiguo aliado Iñigo Errejón, el sueño de Pablo Iglesias de permitirse el lujo de renunciar a vivir en el Palacio de la Moncloa se ha sustituido por aspirar a un sueldo de ministro que le ayude a pagar una hipoteca de nuevo rico en su casoplón de Galapagar; es decir, lo que antiguamente se llamaba aburguesarse.

 

¡Con razón se ha ensalzado durante mucho tiempo a la juventud como promotora de cambios sociales! Los jóvenes, sin hipotecas de ningún tipo que les coarten en sus objetivos, siempre han parecido los candidatos idóneos para renovar las estructuras del poder de arriba abajo. Pero el tiempo pasa inexorablemente para todos; ahí tenemos, por ejemplo, a los conocidos dirigentes podemitas Ramón Espinar y Rita Maestre, que de buena gana han aparcado sus lemas de “Sin casa, sin curro, sin pensión” en cuanto los suyos quedaron asegurados. Tal y como algunos llevamos meditando algún tiempo, el motor de los cambios no está en la edad biológica sino en los principios que lo mueven. Y los principios de Podemos eran tan materialistas, hedonistas e individualistas como los de sus presuntos adversarios de la derecha, porque comparten la mentalidad promovida por la sociedad de consumo de quererlo todo ya mismo y con el menor coste posible; así que, con razón, la deriva final de Podemos no es ningún misterio inexplicable. Ahora queda por ver cómo terminará todo. Y van a disculparme los lectores por el spoiler, pero seguro que nada bien para España.

 

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