Hoy todos son George Floyd. ¿Y mañana quién?

GABRIEL GARCÍA

A estas horas quedarán muy pocos sin conocer el nombre de George Floyd, a excepción de las tribus amazónicas y algún ermitaño digital. El presunto asesinato de un exconvicto a manos de la policía estadounidense ha derivado en una oleada de multitudinarias protestas bajo el conocido argumento de la brutalidad policial desplegada contra la población afroamericana. Desde luego, no vamos a entrar aquí en las batallas de estadísticas sobre qué grupos raciales reciben o realizan más disparos contra la policía de los Estados Unidos de América; tampoco juzgaremos si el difunto era mejor o peor como ser humano, si hemos aludido a su condición de exconvicto es por ser algo público; ni vamos a repasar la conflictiva e hipócrita convivencia entre las diferentes poblaciones que habitan en ese país. Si algo debiera llamarnos a los españoles a la reflexión es por qué todos los medios de información, con gestos incluidos de la clase política y los diversos personajes públicos del mundo del espectáculo, se han sumado en masa a homenajear a un individuo cuya trayectoria, de haberle conocido en vida, seguramente les habría repelido.

 

Se han vuelto habituales las apelaciones a la discriminación sufrida por los afroamericanos. Como avisé, no vamos a entrar en esa cuestión; hay personas con más conocimiento y experiencia de campo para ello. Pero sí es interesante el vídeo protagonizado por una mujer afroamericana que reprocha a los progres blancos que sólo salen a manifestarse cuando a un negro lo mata la policía y no cuando un negro mata a otro negro. Da mucho que pensar. Imaginemos, en una escena propia de una película de Hollywood, a un grupo de niños jugando al beisbol en el descampado de un gueto cuando, sin previo aviso, comienza un tiroteo entre dos bandas rivales que se disputan el contrabando de drogas en el barrio. ¿Cuántas veces habrá tenido lugar algo así? Obviamente, la prensa hablará de ello y se condenará la violencia, además de denunciarse que la pobreza vinculada a esa población conlleva que ocurran esas desgracias. Y en cierto modo es así, pero no podemos negar la responsabilidad individual de los implicados en un tiroteo; por muy difícil que sea la situación en que una persona se encuentre, siempre está en la voluntad particular la decisión de convertirse o no en un delincuente. Sin embargo, el delincuente se ha convertido en una figura idolatrada por el cine y la televisión; una ola de malditismo trágico lo convierte en atractivo para las masas, aunque a nadie le guste tener uno cerca. Tal vez por eso escucharemos condenas a la violencia y al racismo estructural si un negro mata a un negro con el fin de exculpar al delincuente y convertirle en una víctima de la sociedad, pero nunca veremos las movilizaciones de ahora. Ese nivel de indignación sólo surge cuando se fomenta por intereses ajenos.

 

Ahora mismo las élites quieren quitarse a Donald Trump de en medio. Ese hombre ha demostrado ser un autentico fake en cuanto a lo que prometía en campaña electoral sobre el repliegue estadounidense en el resto del mundo (para alivio de la industria bélica estadounidense y por desgracia para los países de Oriente), pero resulta molesto en muchos sectores del stablishment por no ser totalmente controlable. Han buscado todas las formas legales de echarlo por medio de una hipotética intromisión rusa y, de cara a las próximas elecciones presidenciales, la maquinaría mediática está volcada para movilizar la indignación contra Trump en beneficio del Sistema. El incidente con George Floyd ha sido una buena excusa, ya que es habitual que ese tipo de sucesos saquen a la calle a la población afroamericana; algo comprensible, dado el trato que han recibido por parte del segregacionismo anglosajón que les impedía sentarse al lado de los blancos en un autobús pero no ser enviados a Vietnam como carne de cañón. Lo indignante en esta ocasión, además de los saqueos y ataques a particulares que sin duda deslegitiman la razón que pudieran tener, es que se habla de esta muerte como si fuera algo exclusivo de la Administración Trump, como si durante la Administración Obama no hubiera muerto ningún afroamericano a manos de la policía; es más, esta doble moral la encontramos también con otros temas que indignan muchísimo a los progres useños, como el muro en la frontera con Méjico levantado por la Administración Clinton o los inmigrantes mejicanos enjaulados y los niños separados de sus padres cuyas fotos se tomaron durante la Administración Obama. Y es que están muy equivocados los afroamericanos si piensan que, con Trump fuera de la Casa Blanca y con un presidente del stablishment allí metido, van a resolverse enseguida los problemas que les han acompañado desde hace tanto tiempo.

 

Este tema habría quedado en un asunto estrictamente estadounidense de no ser porque ha dado el salto a Europa. Tras la emergencia climática y el feminismo, las élites vuelven a bombardearnos con su agenda ideológica ahora que empezamos a ver el principio del desconfinamiento por el coronavirus y la población abre su capacidad de preocupación por asuntos extra sanitarios. De momento, los indignados por las manifestaciones de protesta por la pésima gestión del Gobierno han sido los primeros en echarse a la calle en repulsa por George Floyd, acompañados por individuos que probablemente no tendrán el permiso de residencia y aprovechan la oportunidad para denunciar un inexistente racismo por si tienen suerte y eso arregla sus problemas administrativos; en este caso, parece que andar en grupo por la calle, sin mascarilla ni respetando la distancia de seguridad, no es una llamada a que se produzcan rebrotes de aquí a un par de semanas. Los tontitos de Operación Triunfo, cómicos sin gracia, faranduleros millonarios, incluso algún futbolista… Es como si asistiéramos a una carrera por ver quién es el más compungido por esa muerte y el más furibundo detractor del racismo. Sería para reírse de no ser por la tragedia de los casi 50.000 muertos (según el Instituto Nacional de Estadística) que el coronavirus ha dejado en nuestro país. Ahora sólo queda esperar para ver cuál va a ser el próximo héroe o hashtag promovido por las élites mundialistas en beneficio de sus intereses, con su legión de tontos útiles creyéndose activistas que están cambiando el mundo.

 

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