El llanto de Pablo Iglesias

Autor: Gabriel García

Hasta hace cuatro años el tablero político en España estaba muy claro: gobernaba el bipartidismo socialista y popular, con apoyos puntuales de los nacionalistas periféricos, Izquierda Unida mantenía algunos cargos como marca blanca del Partido Comunista de España y, en ocasiones, algún partido asomaba la cabeza tímidamente por el Congreso (por ejemplo Unión, Progreso y Democracia). La irrupción de Podemos gracias a los medios afines al Partido Popular, y la de Ciudadanos para equilibrar el desajuste introducido por Podemos, trajo a las instituciones españolas algo que era habitual en otros países europeos y a lo que aquí no estábamos tan acostumbrados, dejando a un lado los pactos puntuales a favor de los secesionistas. Hasta ahora el último ejemplo de esta inestabilidad política era el Gobierno de Pedro Sánchez sostenido por Podemos y secesionistas de todo pelaje, pero los resultados de las elecciones autonómicas andaluzas introducen un nuevo protagonista en el escenario: Vox. En los tiempos que corren, una reedición de la Alianza Popular de Manuel Fraga se ha convertido en algo tan políticamente incorrecto que muchos españoles hastiados de la casta, sea vieja o nueva, le han brindado su apoyo. Y he aquí que los llamados a regenerar la política en este país echan espumarajos por la boca alertando de la amenaza que conlleva que una formación así entre en las instituciones. Las llamadas de Pablo Iglesias al “frente antifascista” han recordado mucho a las campañas contra el Gobierno de José María Aznar después de los atentados del 11 de marzo de 2004; como ha venido siendo una constante histórica, a ciertos elementos autoproclamados como progresistas no les gusta que las urnas a las que tanto apelan les nieguen el poder que consideran moralmente como suyo. Entre eso, los problemas internos de su organización y los malos resultados electorales en Andalucía, Pablo Iglesias ha encontrado en Vox el gancho perfecto para llamar a la movilización de sus acólitos.

 

No está entre mis intenciones justificar o defender a Vox, y mucho menos al Partido Popular. Que se encarguen los muchísimos votantes y simpatizantes de esos partidos de dar la cara por ellos. Ahora bien, sí debemos denunciar la hipocresía de ciertos elementos que en su día, y es una razón que hay que darles aunque ellos nunca se la den a quienes no comparten postulados con ellos, denunciaban que la vieja casta socialista y popular vivía al margen de las preocupaciones reales del pueblo español. Esta nueva casta, nada más tocar el poder, ha imitado los vicios de la vieja en un tiempo récord y no sólo en lo que a inmuebles de lujo se refiere; también, conscientes del chollo que han logrado, no quieren perder espacios de poder en las instituciones y temen que otros les quiten el papel de representantes de la indignación del pueblo, sobre todo cuando el pueblo da señales de que no comparte sus milongas sobre la ideología de género, la inmigración y la memoria histórica. La clave de la desesperación de Pablo Iglesias no está en que tema por hordas verdes quemando su mansión de Galapagar, sino en su incomprensión por que los españoles no aplaudan las milongas de su entorno ideológico sobre niños con vagina, apertura total de fronteras y el derribo del Valle de los Caídos. Y como un niño malcriado al que niegan un juguete, no le queda más que llorar ante las cámaras para salirse con la suya.

 

Si algo caracteriza al progre, vista como la nueva versión de Podemos o como la antigua del Partido Socialista, es ir por la vida creyendo que moralmente está por encima del resto y que su mierda no huele. Y huele, ¡vaya si huele y no sólo lo que expulse por su trasero! El hedor de las cloacas del Estado del felipismo y el Caso Filesa no es muy diferente al de los ERE de Andalucía, la misma región donde han saqueado el dinero de los desempleados y aun así han sido los más votados; y esos hedores no se diferencian mucho de los emitidos por el entorno de Pablo Iglesias y sus socios, cuyos proyectos laboran con insistencia por la destrucción de la unidad nacional más antigua de Europa y la deconstrucción del español medio en un siniestro proyecto de ingeniería social que, aunque ellos lo nieguen, beneficia al mismo sistema económico que con tanto gusto defiende la derecha. Y desde luego, si seguimos hablando de cosas que huelen mal, todo este hedor del progre medio no es menos fuerte que el producido por las gurteles de turno a lo largo y ancho de la geografía hispana. Entre unos y otros han convertido España en un pozo de mierda política, económica y moral. Por desgracia, Pablo Iglesias no debe tener miedo de Vox; pero ojalá llegue pronto el día en que sienta terror de verdad por contemplar el ascenso de una alternativa que sí pretenda, de raíz y sin complejos, limpiar a fondo las instituciones, reestructurar la economía y cortar con la ingeniería social que tanta cancha ha dado a los endófobos y lobistas.

Scroll Up
A %d blogueros les gusta esto: