Vida de usar y tirar

Autor: Gabriel García

No tenemos derecho a quejarnos, ya que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Tener a nuestra disposición los atracones maratonianos de Netflix, HBO o cualquier otra plataforma televisiva digital nos deslegitima para cuestionar la sociedad en que vivimos. Ahora cualquier cosa que anhelemos está a un pulgar del smartphone, desde la comida que nos trae un joven emprendedor mientras hace ejercicio con su bici al ligue ocasional seleccionado sin la iluminación epiléptica de una discoteca. La felicidad al alcance de la mano, siempre y cuando el fondo de reserva de la tarjeta de crédito o la cuenta corriente nos lo permitan; felicidad de usar y tirar, acorde a la inversión de tiempo que nos exige, pero dispuesta a atendernos mientras exista una aplicación que nos facilite la dosis suficiente con la que sentirnos bien. Si no eres de los que se limitan a lo meramente fisiológico y quieres dártelas de cultureta, también te pueden proporcionar libros y música hasta hartarte, para consumir con la misma prisa con que defecarías la comida rápida que trajo el rider hasta la puerta de casa. Viajes, empleos, compras… Todo está esperándote. Si lo quieres y puedes permitírtelo, ¿por qué no ha de ser tuyo?

 

El imperativo moral de no cuestionar el paraíso terrenal también está acompañado de obligaciones, ¿qué te habías creído? Hay que ser un apasionado del ecologismo, por mucho que no hayas conocido más que bloques de hormigón en tu vida y lo más cerca que hayas estado de ver una rapaz sea en una peli. Si luego la gente tiende a concentrarse en torno a las grandes ciudades y las empresas sólo contratan a personas con un vehículo propio, es tu problema. Da igual que un coche, contamine mucho o poco, sea menos necesario en una gran ciudad atestada de tráfico y con cada vez menos espacios donde aparcar, para regocijo de los parking privados; tú tienes que tener un coche aunque contamine y estar comprometido contra el calentamiento global al mismo tiempo, o comprar un coche eléctrico que contribuya al negocio de las grandes compañías que cada año nos traen la luz más cara a casa pero gracias al cual poder presumir de estar muy comprometido con el medio ambiente.

 

Pero, por encima de todo, no puedes quejarte de nada si eres un hombre blanco y heterosexual. ¿Es que no te das cuenta que formas parte de una estructura sistémica que te ha concedido privilegios por el mero hecho de tener genitales masculinos, que por otra parte no definen tu género, y utiliza esto para discriminar y oprimir a otros colectivos como es el caso de las mujeres y los inmigrantes? Da igual que estés desempleado desde hace años y que tu subsistencia dependa de la generosidad familiar; si eres un blanco heterosexual, eres un cómplice de todos los males habidos y por haber, un agente del patriarcado obstinado en perpetuar tu posición. ¿Qué más quieres, viviendo como vives en un mundo de privilegios materiales y sociales que se sostienen gracias al sufrimiento ajeno?

 

Tal vez no vieras el peaje a pagar por vivir en esta parte del mundo. Ciertamente, todos preferimos (y ojalá algún día sea así en todo el planeta) vivir en una sociedad donde está normalizado tener un techo bajo el que dormir, un sustento básico y unos servicios básicos de educación y asistencia médica. El problema no está en el progreso material de los pueblos, una aspiración legítima, sino en que a cualquier aberración y mala costumbre se le llame progreso y se utilice esa palabra para justificar cualquier cosa sin plantearnos siquiera adónde vamos con ello. ¿Acaso por vivir mejor estamos condenados a ser criminalizados por teorías conspiranoicas sobre patriarcados inmemoriales, a atiborrarnos de comida basura, a ser meras piezas de recambio ocasional en lo que llaman eufemísticamente mercado laboral para no llamarlo mercado de esclavos voluntarios…? Pues en nombre del progreso se ha convertido a las personas en un elemento más del nuevo dios Dinero, tan prescindible como las lentillas que desechamos al cabo de un mes o los teléfonos con obsolescencia programada que tanto orgullo nos dan cuando exhibimos por vez primera.

 

Nada dura, todo está condenado a ser fugaz en un mundo donde no queda sitio para algo que no sea la satisfacción de instintos primarios y caprichos consumistas. Es complicado intuir por dónde evolucionarán los apologistas devotos del progreso, ya que el paraíso terrenal un día es la culminación de la especie humana y al siguiente un infierno donde diariamente se matan y asesinan las mujeres mediante razzias indiscriminadas. Lo políticamente correcto te dice qué pensar y cómo hacerlo, y poco preocupa que te salgas de la línea teniendo en cuenta que, si fallan los mecanismos de autocensura, ya está la muerte civil y el acoso mediático de las redes sociales para resolver el incidente. Pero recuerda que eres libre, aunque esa libertad se sostenga sobre la opresión ajena a la vez que te animan a ser un emprendedor que salga de su zona de confort y haga dinero a espuertas. ¿Crees vivir en una esquizofrenia, con mensajes contradictorios que te llegan una y otra vez? Bienvenido a la posmodernidad… o a lo que esté por venir.

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