Un nuevo desafío de Marruecos a España

ISMAEL GUTIÉRREZ

Una vez más Marruecos hace gala de un gran sentido del oportunismo político poniendo a prueba la capacidad de reacción del Gobierno español. No es una novedad que nuestro vecino del sur (o del este, dependiendo de si uno vive o no en el archipiélago canario) hace un uso excelente de la política mediante hechos consumados para hacer valer sus ambiciones o, como mínimo, para comprobar la voluntad de resistencia de las presas que están en su esfera de expansión. Así, Marruecos ha tenido en su historia reciente conflictos expansionistas con sus vecinos como la guerra contra Argelia en 1963, aprovechándose de la debilidad de ésta última tras su guerra de independencia, o la tan conocida marcha verde, que cumplió la doble misión de generar estabilidad dentro del país a través de un impulso nacionalista y anexionarse el protectorado español mientras España pasaba por un período de inestabilidad tanto en el territorio español (los últimos días de Francisco Franco) como en el territorio del protectorado (conflicto con el Frente Polisario). Ya en la historia más reciente de nuestro país, con el protectorado saharaui bajo control marroquí (para gran disgusto del Frente polisario y de la ONU), Marruecos ha puesto su vista sobre Canarias, Ceuta y Melilla (quizás como ejemplo ilustrativo tenemos la infame foto de José Luis Rodríguez Zapatero junto a un mapa del Gran Marruecos, donde se aprecia que la mitad sur de la península, Canarias, Ceuta y Melilla aparecen coloreadas como parte del país africano).
Sin entrar en consideraciones históricas acerca de los orígenes de la posesión española de estos tres territorios, que pueden ser mejor explicadas por especialistas en otro tipo de contexto, debemos entender que las aspiraciones alauitas no buscan únicamente un fin de corte nacionalista (engrandecer el territorio nacional marroquí), sino que responden a la pujanza marroquí por hacerse un lugar en el tablero internacional.
Ceuta y Melilla, ciudades históricas hispanas, tienen una posición privilegiada para el control del estrecho de Gibraltar y, por tanto, para el control de los movimientos navales, tan importantes a nivel económico y militar. Si el Estado español no posee un control total de dicho tráfico a través de esta ruta es debido a Gibraltar, que se encuentra frente a la costa ceutí. Marruecos reivindica estas posiciones estratégicas para asentarse como un contendiente en la política internacional dentro del Mediterráneo consiguiendo, de camino, debilitar la posición de su vecino más inmediato. No podemos dejar de enfatizar la importancia que esto sigue teniendo dentro del escenario que es el Mediterráneo y cómo el dominio de plazas estratégicas en el continente africano es algo que ya intentó la vieja monarquía de Carlos I con el objetivo de acabar con la piratería y controlar el comercio marítimo al fundar o mantener plazas como Orán, Trípoli, Túnez, Tetuán o las ya mencionadas ciudades autónomas. Ceder Ceuta y Melilla, aparte de ser una traición a la historia de nuestro país y vender a las ciudadanos españoles de África, supondría renunciar voluntariamente a nuestra posición en el mar, algo que España no se puede permitir so pena de ser una potencia de tercer orden. Efectivamente, Marruecos sabe esto y, en sus sueños más secretos, aspiraría a reclamar el sur peninsular alegando los derechos de los almorávides, logrando así un gran control de la entrada occidental al viejo «Mare nostrum»
Pero, ¿qué sucede entonces con Canarias, tan lejos de este contexto? En el particular caso canario tenemos lo que ya han estado aludiendo los periodistas acerca de los yacimientos minerales que se encuentran bajo el mar a apenas unos 500 kilómetros de El Hierro donde se podría situar la mayor reserva de telurio de la que se tiene noticia (unas 2670 toneladas), a la par que cobalto y otros minerales raros que son fundamentales en la informática o en la producción y el almacenamiento de energía, imanes, aleaciones, etc. Todo esto sin mencionar que Canarias sigue constituyendo un fiable puerto frente a las corrientes que conducen al continente americano y que el banco canario sahariano supone un buen activo para la producción pecuaria, supone que reclamar esas aguas podría entregar a un país el control de una riqueza mineral sin precedentes para afrontar los cambios tecnológicos que cada vez están más presentes en nuestro mundo.
En definitiva, el órdago marroquí tiene como finalidad continuar afianzando el papel del país africano en el tablero internacional asegurando no sólo un magro territorio para su afán nacionalista, sino recursos naturales y estratégicos que puedan contribuir al crecimiento y enriquecimiento de su nación. Marruecos sabe de la debilidad de su vecino y, sencillamente, aprovecha la banalidad de los españoles, sumidos en una pugna política entre pulsiones de muerte, que los lleva hacia cada vez mayores cotas de inestabilidad civil. ¿Qué es lo que se debe esperar de España? Que responda con contundencia y haga valer su derecho frente al marroquí, al que no avala siquiera el derecho internacional (al estar basando su reclamación en asumir el territorio saharaui como propio). Marruecos ha sido durante estas últimas décadas un aliado de conveniencia español, que nos ha ayudado a mantener la seguridad de nuestra frontera sur y cuya estabilidad es fundamental si queremos evitar una deriva integrista como la que ha tenido Libia tras la caída de Gadafi. No obstante, no podemos olvidar que la potencia norteafricana es un país advenedizo que ha demostrado una gran capacidad para aprovechar las debilidades de sus rivales; mostrar una postura de firmeza y fuerza probablemente sea suficiente para capear esta nueva finta, pero la inestabilidad política española y lo que, al menos desde fuera, parece un abandono de la política internacional por parte de nuestros dirigentes, puede convertirse en el futuro más inmediato en una fuente de grandes disgustos. Urge responder con firmeza a la dinastía alauí, sí, pero corre mucha más urgencia acabar con la inestabilidad producida por los enemigos internos de España, antes de que los buitres empiecen a sobrevolarnos.

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