Llamo a la juventud

ÁLVARO MONTERO

En estos tiempos convulsos en que la idea y el amor a la Patria han desaparecido; en estos tiempos en los que los partidos políticos solo miran por su interés y nos tratan como borregos; es cuando entran en juego los discursos “políticamente correctos”. Discursos en los que lejos de hacer buen uso de su definición, lo único que tratan es de agradar a una parte de la población e instaurar un régimen, estableciendo el status quo de “si usted no comparte estas ideas, usted es una mala persona, usted es un fascista”.

Con este tipo de comportamientos se machaca el raciocinio crítico de las personas; fundamental en el desarrollo de la personalidad del individuo muy amparado por el art. 10 del escudo protector de los adalides del “buenismo”, la Constitución de 1978. El problema, es que las personas que utilizan este bálsamo constitucional, por lo general, solo emplean lo que les interesa para apoyar sus ideas sin mirar más allá.

La Constitución establece como base al Estado social y democrático de Derecho. Esta idea, lejos de lo que pueda parecer una idea posmoderna, consagra ideas que ya fueron proclamadas hace tiempo por alguien, que lejos de los totalitarismos dictatoriales, quería para todos nosotros, los españoles.

Cuando se habla de España como primera palabra del texto constitucional se hace referencia a la Patria. Donde sin ir más allá de ese art. 1 se hace alusión al principio de unidad. Que no esté sometido a separatismos ni ideas secundarias que entorpezcan nuestro desarrollo. El problema es cuando estas ideas triunfan y se desarrollan con más fuerza que el amor a nuestro país. ¿Por qué? ¿Por qué es visto de manera peyorativa el sentimiento nacional? Si me llaman fascista por defender que la unidad de mi país es mayor que la “patria andaluza” o los “países catalanes” responderé con orgullo que lo soy. No es una cuestión de -ismos, es una cuestión de lógica. Lo que destruye nuestra identidad nacional son esas fracciones ideológicas. Es en el discurso liberal de “yo soy un andaluz orgulloso de mi tierra” donde empiezan las divisiones y los criterios de superioridad. Se olvida cual es el origen de todo. ¡Ya está bien de hablar de naciones! ¡Patria hay una! Si no existiera España, no existirían estos territorios.

Y nuestra Patria mejorará en el momento en que todos, como españoles, asumamos que caminamos juntos hacia una misma dirección. Tenemos que mirar por nuestros compatriotas. ¿Cómo es posible que hoy en día haya españoles que pasan hambre? ¿Cómo es posible que sigamos acogiendo en nuestro país personas que llegan a nuestras costas con un sistema insolvente donde se practica por parte de las altas esferas el buenismo constitucional? Hemos dejado de lado sectores nacionales fundamentales como el campo, la pesca o la industria. Y de esta forma acabamos con lo nuestro.

La causa de esta destrucción paulatina es de los partidos políticos. Que haciendo buen uso de su nombre, se dedican a partir y olvidan los pilares fundamentales en los que la Patria ha de pivotarse, sobre todo la familia. Como se ha dicho durante muchos años, la familia es el núcleo inamovible. El principio y el fin. Tanto la derecha como la izquierda han ido arremetiendo contra ella. Destruyendo aquello que se tiene que mantener perenne, inundando nuestras cabezas de verborrea y discursos vacíos instaurando una visión opaca en la que todo vale.

La lucha de clases propia del marxismo ha dado pie a la lucha entre compatriotas en el sistema liberal. Careciendo de rumbo y de identidad. Por ello desde esta simple columna, hago un llamamiento al futuro de la Patria, esa juventud rebelde y revolucionaria. ¡No se conformen! ¡Luchen por lo que les es debido! Solo así acabaremos con el estado pernicioso que se nos ha ido imponiendo a lo largo de todos estos siglos, en los que las personas ya no piensan por sí solas, sino movidas por unos incentivos abstractos y efímeros.

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