La revolución desde el Parlamento.

¿Es el partido político y el parlamentarismo una opción revolucionaria?

Hemos podido observar diversas repuestas a lo largo de los últimos dos siglos para esta doble pregunta de naturaleza más sencilla que compleja. El partido político puede constituirse bien como una herramienta deliberada, como la vía marxista defiende, o como una estructura improvisada, viendo este ejemplo en diversos movimientos de toda índole (la Rusia de Putin, la Argentina peronista o el socialismo árabe).

También en partidos constituidos desde hace generaciones podemos observar estos dos tipos de tendencia: en los “think tanks” o laboratorios ideológicos se articulan ideas de un enfoque muy concreto y deliberado, mientras que otra tendencia consiste en amoldarse a la tendencia sociopolítica, como Trump o el posmarxismo contemplaron llevar a cabo. Lo cierto es que en sendos casos el partido ha terminado siendo un fin en sí mismo en lugar de un medio, y los logros que han sido llevados acabos por partidos políticos o bien han sido esporádicos o bien los cambios propuestos han sido ajenos a su estructura, convirtiéndose a fin de cuentas en una organización clientelar que reproduce las conductas del crimen organizado o en una estructura paramilitar que reproduce deliberada o ingenuamente un partido-milicia de acción frontal. De esta forma se deduce que el campo del partido político, el parlamento, no es un órgano de deliberación entre personas libres de diversas sensibilidades ideológicas sino un medidor de fuerzas de una máquina segadora de mentes que las devasta en pos de la disciplina de partido o la diversidad multifactorial interna. Esto convierte al diputado no solo en un soldado (o mercenario ideológico dependiendo del partido) que obedece órdenes de su facción o partido, sino que lo aleja de los votantes, a los que dice representar, formándose por medio de una alienante distancia la realidad del representado y del representante, fragmentando la comunidad política en sociedad y político.

¿Qué alternativa hay ante esta dura realidad? Realmente reconectar con la semántica política para poder comprenderla de nuevo es una buena opción, destripar al partido y unir a la sociedad de nuevo en la comunidad política. Que la disciplina partidaria-miliciana se organice en juntas revolucionarias, que la población delibere en asambleas sin disciplina factorial o partidaria, sino por preferencia y que el gestor dure más de cuatro años y sea elegido para gobernar y dirigir, y no para representar, teniendo cada uno su lugar en armonía política. De esa forma en la junta se volverá a combatir, en la asamblea se deliberará de nuevo y en el cargo se volverá a administrar.

Enrique Ruíz Díaz

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