La banca siempre gana

Autor: Gabriel García

Hasta ayer mismo, el nombre de Luis Díez-Picazo apenas era conocido, fuera de su ámbito profesional, más que por los estudiantes torturados en las facultades universitarias con unos soporíferos manuales de Derecho Civil. Hoy, sin embargo, se le presenta como el principal responsable de la vergonzosa marcha atrás emprendida por el Tribunal Supremo para ahorrar miles de millones de euros a las entidades bancarias. Demasiado bonito era todo, teniendo en cuenta cómo ha fallado la Justicia en los últimos años, para que el Impuesto de Actos Jurídicos Documentados corriera a cargo de los bancos y no de los clientes endeudados mediante hipotecas. La banca siempre gana, dice la sabiduría popular, y contra el imperio del dinero que gobierna este mundo poco se puede hacer incluso con el imperio de la ley.

Lo peor de este nuevo triunfo de la banca no está en que refuerce su poderío sobre los trabajadores y las familias hipotecadas; a fin de cuentas, los clientes de estas entidades poco pueden hacer contra tan poderosos y desiguales contendientes, dándose por sentado que en un mundo capitalista siempre tendrá el banco todas las de ganar. Si algo debemos sacar en claro es la defunción definitiva del Estado de Derecho, si es que las puñaladas propinadas desde la divine gauche de Felipe González (“Montesquieu ha muerto”, proclamaba Alfonso Guerra al albor del felipismo) hasta la petición pública de Pablo Iglesias por la libertad de Oriol Junqueras no han sido sobre un cadáver irreconociblemente putrefacto por la corrupción de los partidos del Régimen, la connivencia con los enemigos del pueblo español y el hedor de las cloacas del Estado. Aunque, con lo que puede venírsenos encima, tal vez no importe gran cosa si el Estado de Derecho murió ayer, hace un año o hace cuarenta.

Vivimos gobernados por instituciones que no sirven al pueblo español por mucho que éste elija representantes cada cierto tiempo. Como la felicidad está en la ignorancia y muchos siguen negándose a ver cómo es el mundo donde vivimos, hay que insistir en ser los aguafiestas de esta España convertida en la cueva de ladrones de Alí Babá o el Templo de Jerusalén del cual Jesucristo expulsó a latigazos a los mercaderes. Si el desafío secesionista de la Generalitat puso en evidencia la debilidad del Gobierno frente a los desmanes del Estado de las Autonomías alimentados durante cuatro décadas, este nuevo episodio de la impunidad de la banca nos recuerda que todo el entramado institucional está al servicio de las empresas del Ibex-35.

Ahora el Gobierno de Pedro Sánchez, en un arrebato de oportunismo, hablará de reformar la legislación para que en el futuro no vuelva a repetirse algo así; de este modo, los bancos mantendrán sus ingentes y obscenos beneficios a salvo, engañando al españolito de a pie al hacerle creer que la futura reforma se hará única y exclusivamente por su bien. De cambiar las reglas del juego y nacionalizar las entidades bancarias, eliminando a los parásitos sociales de traje y corbata cuyos vicios son financiados con el sudor diario de los trabajadores, no oiremos hablar a ningún portavoz oficial u oficioso. Es lo que sucede cuando se forma parte de su trama, digámoslo alto y claro, criminal. No hay otro modo de definir a los partidos y partidas de oportunistas, traidores y liquidadores que llevan décadas laborando por la destrucción histórica y física de nuestra comunidad nacional.

 

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