Juventud, suicidio y posmodernidad

GABRIEL GARCÍA

Hace poco leíamos en El Confidencial un artículo sobre un problema internacional que pasa desapercibido para los medios y las instituciones: el suicidio entre la población joven[1]. Según su autora, Ada Nuño, “las cifras nos demuestran que poco o nada tiene que ver con el progreso de una sociedad, a menos que esté desarrollada: según datos de la OMS, los países con ingresos más altos son los que cuentan con más suicidas entre sus filas. Guyana, Corea del Sur y Sri Lanka son los que tienen las tasas más altas por cada 100 mil habitantes y más de 800 mil personas se suicidan al año, lo que significa que cada 40 segundos muere alguien debido a estas causas”. En lo que a España se refiere, “no se trata, sin embargo, de un problema aislado, en nuestro país los suicidios de menores de 25 años se han triplicado en los últimos 30 años y en 2016, esta fue la segunda causa de defunción en jóvenes de edades comprendidas entre los 15 y los 29 años”; y, en estos últimos meses, “según los datos de la fundación ANAR, los intentos de suicidio en adolescentes se ha incrementado a un 9% durante el confinamiento. Oímos hablar continuamente del síndrome de la cabaña y los problemas mentales a los que tendremos que enfrentarnos cuando volvamos del todo a la normalidad”. Esto es algo sorprendente, en principio, teniendo en cuenta los mensajes con que somos bombardeados a diario sobre el mundo tan maravilloso en el cual vivimos. En el artículo se alude a las redes sociales y a la ausencia de una educación emocional como causa de estos problemas; no obstante, sería preferible buscar su origen, sin duda más metafísico y espiritual.

 

¿Qué lleva a muchos jóvenes a quitarse la vida existiendo Instagram, Tik Tok o la enésima red social donde pueden pasar el día subiendo vídeos absurdos sobre lo que comen o la opinión que les merece el personaje público de turno? Los moralistas y comisarios del pensamiento único progre achacarán estas desgraciadas muertes a sus fantasmas predilectos: el heteropatriarcado y su masculinidad tóxica, el machismo, la homofobia, el racismo… No obstante, si vivimos en una sociedad cada día más concienciada (es decir, adoctrinada) con esas problemáticas, ¿cómo es posible que continúen o incluso aumenten estos suicidios? Mejor dicho: si antaño la gente no estaba tan concienciada (es decir, adoctrinada) con esas problemáticas, ¿por qué no se suicidaban tantos jóvenes como ahora a causa de la opresiva atmósfera de su entorno? También podríamos preguntarnos por qué las instituciones y los grandes medios de comunicación (es decir, de propaganda) justifican la necesidad de visibilizar las condenables muertes de algunas mujeres a manos de hombres a los que nadie justifica su crimen, pero ocultan los suicidios apelando a no crear una alarma social.

 

Algo de enfermedad tendrá este mundo posmoderno, en el que como canta Loquillo “ya no queda nada eterno”, para que haya jóvenes arrebatándose su propia vida en lugar de tomar las drogas blandas de Facebook, Instagram, Tik Tok, Netflix, HBO o Amazon. Así ha venido a evidenciarlo esta pandemia que ha dejado al mundo desarrollado con las vergüenzas al aire y no sólo por las morgues improvisadas o los ancianos abandonados a su suerte. Pensemos, por ejemplo, en un país con un gran nivel de vida en la otra punta del mundo como es el caso de Japón, cuya existencia ha estado marcada por sangrientos conflictos internos y haber sufrido el lanzamiento de bombas atómicas, y que sin embargo es ahora cuando sufre como graves problemas de su juventud el enclaustramiento doméstico voluntario y el suicidio; pero es que en España, a pesar de la ominosa dictadura e incluso siglos de aislamiento que según algunos hemos padecido, es ahora cuando se habla de una juventud cuya apatía por vivir la lleva al suicidio (siempre quedará la manida excusa de la censura de otras épocas, pero está claro que hoy tampoco se tolera mucho la difusión de ciertos asuntos) y eso que estamos disfrutando, de nuevo según ciertos gobernantes, de la mejor época de nuestra Historia.

 

Los países desarrollados de Oriente y Occidente parecen compartir el mismo mal. Por muy tópico que suene, el dinero y el bienestar material no dan la felicidad; aunque ayudan, desde luego, y también hay que ponerse en alerta cuando dicho mensaje es difundido por personas y entidades que mueven miles de millones. Las personas necesitan ideales que las movilicen y hagan partícipes de algo superior y que dé sentido a su existencia. Asistimos a la culminación de un proceso que busca reemplazar las identidades sólidas de antaño (religión, patria, familia, comunidad) por las identidades líquidas de hoy (feminismo, diversidad de género y orientación sexual, animalismo, veganismo y todo lo que pueda ser susceptible de movilizar a legiones de ofendidos por las redes sociales). El proceso no ha sido igual en todos los países y España, tal y como presumen sus promotores, ha estado en la vanguardia de todos estos experimentos sociológicos; quién sabe si de aquí a medio siglo, tal vez más o tal vez menos, estemos también a la vanguardia a la hora de mandarlos al vertedero de la Historia. No dudemos que, tarde o temprano, el mundo posmoderno será insostenible desde una perspectiva espiritual y moral más que desde una visión material y ecológica; sólo cabe desear que no perdamos innecesariamente a más jóvenes por el camino.

[1] Nuño, A.; “Juventud, depresión y suicidio: cómo prevenir y tratar problemas de salud mental”, El Confidencial, 02/07/2020: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2020-07-02/suicidio-tik-tok-sociedad-psicologia_2660184/

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